martes, 23 de febrero de 2016

Los Dos Caminantes

Los Dos Caminantes    

Valles y colinas no vienen juntos, pero los hijos de los hombres sí, buenos y malos. De este modo un zapatero y un sastre se encontraron uno con el otro en sus viajes. El sastre era un pequeño y bien parecido tipo que siempre estaba alegre y lleno de felicidad. Él vio al zapatero venir hacia él desde el otro lado, y observó por su maleta que clase de mercadería él traía, y le cantó lo siguiente:
-"Cóseme la costura,
   enhébrame el hilo,
   distribúyelo con gracia,
   golpea el clavo en la cabeza."-

El zapatero, sin embargo, no soportaba bromas, y puso una cara como si hubiera bebido vinagre, e hizo unos gestos como si fuera a agarrar al sastre por el cuello. Pero el pequeño tipo comenzó a reír, le acercó una botella, y dijo:
-"No significaba ninguna ofensa, toma un trago, y baja tu enojo."-
El zapatero tomó un buen trago y la tormenta en su rostro empezó a disiparse. Le devolvió la botella al sastre, y le dijo:
-"Te hablo con serenidad, uno habla bien después de mucho beber, pero no con mucha sed. ¿Podríamos viajar juntos?"-
-"Está bien"- contestó el sastre, -"si solamente te cae bien ir a una gran ciudad donde no falta el trabajo."-
-"Exactamente allí es donde quiero ir."- respondió el zapatero, -"En un pueblo pequeño no hay nada qué ganar, y en el campo, la gente acostumbra andar descalza."
Siguieron entonces adelante juntos, y siempre poniendo un pie adelante del otro como una comadreja en la nieve. Ambos contaban con mucho tiempo, pero casi nada para morder o picar. Cuando llegaron a un pueblo, lo recorrieron, y dieron sus respetos a los comerciantes, y como el sastre se veía tan jovial y alegre, y tenía bonitas mejillas rosadas, todos le daban trabajo voluntariamente, y cuando tenía buena suerte, las hijas de los patronos le daban un beso bajo el portal también. Cuando de nuevo se encontraba con el zapatero, el sastre siempre tenía más cantidad en su bolsillo. El mal humorado zapatero hacía una cara amarga y comentaba:
-"Entre más grande el bribón, mayor es la suerte."-
Pero el sastre se reía y cantaba, y compartía todo lo que conseguía con su compadre. Si un par de monedas campaneaban en su bolsillo, él ordenaba buenas cosas, y en su alegría golpeaba la mesa hasta hacer danzar a los vasos, y para él, todo, a como fácil llegaba, fácil se iba.
Cuando habían viajado por algún tiempo, llegaron a un gran bosque por donde pasaba el camino hacia la capital. Dos rutas, sin embargo, llevaban hacia allá, una de las cuales era de una jornada de siete días, y la otra de solamente dos días, pero ninguno de los dos sabía cual de ellas era la corta. Se sentaron bajo un roble, y analizaron cómo debían programarse, y para cuantos días deberían llevar pan. El zapatero dijo:
-"Uno debe mirar antes de brincar, así que llevaré el pan para una semana."-
-"¿Qué?- dijo el sastre, -"¡Llevar pan en la espalda para siete días como una bestia de carga, y no poder ver alrededor! ¡Confiaré en Dios, y no me preocuparé por nada! El dinero que llevo en mi bolsillo es tan bueno en invierno como en verano, en cambio en días calientes el pan se pone duro, y mucho tiempo guardado se enmohece. Y mi abrigo no es tan grande como debería para cargar mucho. Además, ¿por qué no podríamos acertar la ruta correcta? Pan para dos días, es suficiente."- 
Y cada uno compró su propio pan, y probaron su suerte en el bosque. Estaba silencioso como una iglesia, no soplaba ni una brisa, ni susurros de riachuelos, ni cantos de aves, y por las ramas tupidas de hojas no se colaba un rayo de sol. El zapatero nunca habló una palabra, el pesado pan doblaba su espalda y el sudor bajaba por su cuerpo y por su cara melancólica. El sastre, por el contrario, estaba todo alegre, saltaba, silbaba, o cantaba una canción, y pensaba para sí mismo:
-"Dios en el cielo estará complacido de verme tan feliz."-
Todo esto duró dos días, y al tercero, el camino dentro de la foresta no llegaba a su fin, y el sastre ya había terminado con su pan, así que su corazón se entristeció un poco. Mientras tanto no perdió el coraje, y confiaba en Dios y en su suerte. Al final de ese tercer día, al anochecer, él se acostó con hambre bajo un árbol. Al día siguiente se levantó, siempre con hambre, y así pasó también el cuarto día, y cuando el zapatero se sentaba sobre un tronco a comer su pan, el sastre sólo era un espectador. Si el rogaba por un pedazo de pan, el otro reía burlonamente y decía:
-"Tú siempre has estado muy contento, y ahora puedes probar lo que es estar triste: los pájaros que cantan muy temprano por la mañana, son cazados por los halcones en la tarde."-
En resumen, no tenía piedad. Pero a la quinta mañana el pobre sastre no pudo sostenerse de pie, y difícilmente podía pronunciar una palabra por su debilidad. Sus mejillas estaban pálidas, y sus ojos enrojecidos. Entonces el zapatero le dijo:
-"Te daré un pedazo de pan hoy, pero a cambio de eso, te sacaré tu ojo derecho."-
El infeliz sastre, que aún esperaba salvar su vida, no pudo hacer otra cosa, y lloró una vez más con ambos ojos, y entonces los mantuvo abiertos, y el zapatero, que tenía corazón de piedra, le sacó el ojo derecho con una navaja. El sastre trajo a su memoria lo que una vez le dijo su madre cuando lo encontró comiendo secretamente en la despensa:
-"Come lo que puedas, y sufre lo que debas."
Cuando ya hubo consumido su ansiado y pagado pedazo de pan, se paró en sus piernas, olvidó su miseria y se confortó a sí mismo pensando que siempre podría ver suficiente con un ojo.
Pero al sexto día, el hambre le volvió a arreciar y le roía casi hasta el corazón. Al anochecer se dejó caer bajo un árbol, y en la séptima mañana no pudo levantarse por su falta de fuerzas, y la muerte estaba al alcance de la mano. Entonces dijo el zapatero:
-"Te voy a tener un poco de merced y te daré un pedazo de pan otra vez, pero no será de a gratis. Te sacaré el otro ojo a cambio."-
Y ahora el sastre sentía cuan descuidada había sido su vida, rezó a Dios por su perdón, y dijo:
-"Haz tu voluntad, soportaré lo que deba, pero recuerda que nuestro Señor Dios no siempre ve todo con pasividad, y que la hora vendrá cuando la maldad que has hecho conmigo, y que no esperaba de ti, será juzgada. Cuando las cosas iban bien conmigo, todo lo compartí contigo. Mi trato es de tal modo que tal como se recibe, así se da. Si ya no tendré más mis ojos, y no podré ver jamás, seré un pordiosero. En todo caso, no me dejes aquí abandonado cuando esté ciego, o moriré de hambre."-
El zapatero, sin embargo, que había retirado a Dios de su corazón, tomó la navaja y le sacó el otro ojo al sastre. Entonces le dio el pedazo de pan para comer, le amarró un palo y lo llevó  detrás de él. 
Cuando el sol se ocultó, salieron del bosque, y ante ellos, en el campo abierto, se presentaban  unas horcas. Hacia allá  dirigió el zapatero al sastre ciego, lo dejó solo debajo de ellas y siguió su camino. La fatiga, el dolor, y el hambre hicieron dormir al maltratado hombre. Y durmió la noche entera. 
Cuando amaneció, él despertó, pero no sabía donde estaba. Dos pobres pecadores colgaban de las horcas, y un cuervo se posaba en la cabeza de cada uno de ellos. Entonces uno de los hombres que habían sido colgados comenzó a hablar y dijo:
-"Hermano, ¿estás despierto?"-
-"Sí, estoy despierto."- contestó el segundo. 
-"Entonces te diré algo"- dijo el primero, -"el rocío que ha caído esta noche sobre nosotros desde las horcas, le da a cada quien que se lave con él, sus ojos de nuevo. Si la gente ciega supiera esto, cuántos no ganarían de nuevo su vista, lo que les parecería imposible."-
Cuando el sastre escuchó aquello, tomó su pañuelo, lo presionó contra el césped, y cuando estuvo bien mojado con el rocío, lavó las cavidades de sus ojos con él. Inmediatamente sucedió lo dicho por el hombre de la horca, y un par de nuevos ojos llenaron sus cavidades. No había pasado mucho rato cuando el sastre vio levantarse al sol sobre las montañas, y en la planicie delante de él, yacía la gran ciudad real con sus magníficas puertas y cientos de torres, y las bolas  y cruces de oro que estaban en las cúpulas comenzaban a brillar. Él pudo distinguir cada hoja en los árboles, vio a los pájaros pasar volando, y los mosquitos que danzaban en el aire. Y tomó una aguja de su bolsillo, y podía enhebrarla tan bien como siempre lo había hecho, y su corazón latía con deleite. Él se arrodilló, dio gracias a Dios por la merced que le había concedido y dijo su oración de la mañana. Y no olvidó rezar por los dos pecadores que colgaban de las horcas balanceándose uno contra el otro con el viento, como si fueran péndulos de relojes. Entonces echó su carga al hombro y pronto olvidó el dolor de corazón que había sufrido, y siguió su camino cantando y silbando. Lo primero que se encontró fue un potro café corriendo por los grandes campos. Él lo tomó por la melena y quiso saltarle encima para trasladarse a la ciudad. Pero el potro le rogó que lo dejara libre.
-"Yo aún estoy joven"- le dijo, -"aún un liviano sastre como eres tú podría quebrar mi espalda en dos, déjame ir hasta que haya crecido fuerte. Una hora quizás llegue en que pueda recompensarte por ello."
-"Corre"- dijo el sastre, -"Veo que todavía eres débil."-
Y le dio un toque con una vara sobre su espalda, y ahí mismo levantó sus patas traseras lleno de gozo, saltó sobre cercas y zanjas y al galope se alejó en el campo abierto.
Pero el pequeño sastre no había comido nada desde el día anterior. 
-"El sol sin duda ha llenado mis ojos."- se dijo él, -"pero el pan no ha llenado mi boca. Lo primero que me pase al frente y que sea medio comestible, no escapará."-
En eso, una cigüeña caminaba solemnemente sobre el prado hacia él. 
-"¡Para, para!"- gritó el sastre, y la agarró por una pata. -"No sé si serás buena para comerte o no, pero mi hambre no me deja otra opción. Te cortaré la cabeza y te asaré."-
-"No hagas eso."- replicó la cigüeña, -"yo soy una ave sagrada que le da a la humanidad grandes beneficios, y nadie me hace daño. Déjame vivir, y podría ayudarte de alguna otra manera."-
-"Bien, vete, prima Pataslargas."- le dijo el sastre.
La cigüeña se levantó, dejó que colgaran sus largas piernas y se alejó volando suavemente.
-"¿Y cuál será el final de todo esto?"- se dijo el sastre al fin. -"Mi hambre aumenta más y más, y mi estómago está más y más vacío. Todo lo que se pone en mi camino es perdido."-
En ese momento divisó a doce jóvenes patos en un estanque que se acercaban a él.
-"Han llegado en el momento preciso."- dijo él.
Y capturó a uno de ellos y estaba a punto de torcerle el cuello. En esto, una vieja pata que estaba oculta entre las cañas, comenzó a gritar fuertemente, y nadó hacia él con su pico abierto, y le rogó urgentemente que soltara a su hijo querido. 
                                         
-"¿No te puedes imaginar"- dijo ella, -"cómo tu madre lamentaría si alguien quisiera agarrarte y darte el golpe final?"-
-"Quédate tranquila"- dijo el buen atemperado sastre, -"déjate a tu hijo."- y puso al prisionero de regreso en el agua.
Cuando dio vuelta alrededor, se encontró con un árbol parcialmente hueco, y vio unas abejas silvestres volando hacia adentro y hacia afuera de él. 
-"Allí obtendré mi recompensa por mi buen comportamiento."- dijo el sastre, -"la miel me refrescará."-
Pero la abeja reina salió, y lo amenazó diciendo:
-"Si tocas a mi gente, y destruyes mi panal, nuestros aguijones atravesarán tu piel como diez mil agujas calientes. Pero si nos dejas en paz y te vas, te haremos algún servicio en alguna oportunidad."-
El pequeño sastre vio que aquí tampoco había nada que hacer.
-"Tres platos vacíos y nada en el cuarto, es una mala cena."- 
Entonces se dirigió con su estómago vacío hacia la ciudad, y como ya eran las doce mediodía, todo estaba preparado en el mesón, listo para almorzar, y se sentó de una vez a comer. Cuando estuvo satisfecho dijo:
-"Ahora, conseguiré trabajo."-
Él caminó por la ciudad, buscó por alguna oferta de trabajo, y pronto encontró una buena posición. Y como él tenia muy buen trato, no tardó mucho en llegar a ser famoso, y todo el mundo quería tener su traje nuevo confeccionado por el pequeño sastre, cuya importancia crecía día a día. 
-"No puedo dar más de mi capacidad, y aún las cosas mejoran cada día."- dijo él.
Al fin, el rey lo nombró como sastre de la corte.
¡Pero que cosas suceden en el mundo!
Ese mismo día su antiguo camarada, el zapatero, fue nombrado zapatero de la corte. Cuando éste miró al sastre, y vio que una vez más tenía dos saludables ojos, su conciencia lo puso en problemas. 
-"Antes de que tome venganza conmigo"- pensó, -"debo hacer una trampa para él."-
Sin embargo, él, que preparaba una trampa para otro, cayó en ella él mismo. Al atardecer, cuando ya el trabajo estaba cumplido, y la oscuridad avanzaba, buscó al rey, y fue donde él y le dijo:
-"Su Alteza, el sastre es un tipo arrogante y se ha jactado de que encontrará y traerá de regreso la corona de oro que se perdió en tiempos remotos."-
-"Eso me complacería mucho."- dijo el rey.
Y eso provocó que el sastre fuera traído a su presencia a la mañana siguiente, y le ordenó que trajera de regreso la corona, o tendría que dejar la ciudad para siempre. 
-"¡Ajá!"- pensó el sastre. -"un granuja dando lo que no tiene. Si el impertinente rey quiere que yo haga lo que nadie puede hacer, no esperaré hasta mañana, sino que me iré de la ciudad de una vez, hoy mismo"- 
Por lo tanto, empacó su pequeña maleta, pero cuando dejó la puerta de la ciudad, no pudo dejar de sentirse triste por abandonar su buena fortuna, y volvió su cabeza hacia atrás para ver el pueblo que tan bien lo había tratado. Él llegó al estanque donde había tratado con los patos en el preciso momento en que la mamá pata estaba sentada a la orilla, limpiando sus plumas con el pico. Ella lo reconoció de inmediato, y le preguntó por qué estaba tan cabizbajo. 
-"No te sorprenderías cuando oigas lo que me ha ocurrido."- replicó el sastre, y le contó el asunto. 
-"Si eso es todo"- dijo la pata, -"nosotros te podremos ayudar. La corona cayó en el agua, y se encuentra en el fondo. Nosotros pronto la sacaremos de nuevo para tí. Mientras tanto, extiende tu pañuelo sobre el banco."-
Ella se consumió junto con sus doce patitos, y en cinco minutos estaba arriba de nuevo y se sentó con la corona descansando sobre sus alas, y los doce patitos nadando alrededor con sus picos debajo de ella, ayudando a sostenerla. Ellos nadaron hacia la orilla y pusieron la corona en el pañuelo. Nadie podía imaginarse la magnificencia de la corona. Cuando el sol brillaba sobre ella, resplandecía como cien mil carbunclos. El sastre envolvió la corona cerrando el pañuelo por las cuatro esquinas, y se la llevó al rey, quien se llenó de felicidad, y le puso un collar de oro alrededor de la garganta al sastre.
Cuando el zapatero vio que su primer golpe había fallado, concibió el segundo, y fue donde el rey y dijo:
-"Su Alteza, el sastre de nuevo se puso insolente, él presume que puede hacer una copia en cera del palacio completo, con todo lo que contiene, móvil o fijo, adentro y alrededor."-
El rey envió por el sastre y le ordenó copiar en cera todo el palacio real, con todo su contenido, móvil o fijo, por dentro y alrededor, y si no tenía éxito en hacerlo, o si tan sólo faltara un clavo de una pared, sería encerrado de por vida bajo tierra.
El sastre pensó:
-"¡Esto se puso peor y peor! ¡Nadie podría hacer eso!"-
Y se echó su maleta al hombro y se marchó. Cuando llegó al árbol con el hueco, se sentó y bajó su cabeza. Las abejas salieron del panal, y la reina abeja le preguntó si tenía una torcedura de cuello pues lo veían con la cabeza tan doblada.
-"¡No, no!"- contestó el sastre, -"algo muy diferente hace sentirme mal."- y les contó lo que el rey le estaba demandando. 
Las abejas empezaron a zumbar y conciliaron entre ellas. La abeja reina dijo:
-"Vete a casa de nuevo, pero regresa acá mañana a esta hora, y trae contigo una gran sábana, y todo estará muy bien."-
Así pues, él regresó, pero las abejas volaron hacia el palacio real y por las ventanas abiertas se introdujeron en él, volaron y revisaron todo alrededor y cada rincón, y no dejaron nada sin examinar minuciosamente. Entonces regresaron a su panal y modelaron el palacio en cera tan rápidamente que si alguien lo hubiera estado viendo habría pensado que crecía solo ante sus ojos. Para el anochecer todo estaba terminado, y cuando el sastre llegó al día siguiente, un espléndido y completo edificio estaba allí, y no faltaba ni siquiera un clavo en las paredes, o pieza alguna del techo, era todo delicado y blanco como la nieve, y con un aroma dulce como la miel. El sastre lo envolvió con sumo cuidado en la sábana y lo llevó al rey, que no paraba de admirarlo, y lo colocó en el salón principal, y en recompensa por él, le regaló al sastre una bella y grande casa de piedra.
El zapatero por su parte, no se rendía, y fue por tercera vez donde el rey a decirle:
-"Su Alteza, ha llegado a los oídos del sastre de que no brotará agua en los jardines del castillo, y él ha blasonado de que puede hacer brotar un manantial en medio del jardín con un chorro de agua de la altura de un hombre, y además limpia y clara como el cristal.
Entonces el rey de nuevo mandó a llamar al sastre a su presencia y le dijo:
-"Si mañana no hay un chorro de agua levantándose en mi jardín como lo has prometido, el verdugo se encargará del corte de tu cabeza en ese mismo lugar."-
El pobre sastre no tardó mucho en pensar sobre eso, y se fue rápidamente hacia la puerta, y como ahora era un asunto de vida o muerte para él, buena cantidad de  lágrimas rodaron por su cara. Caminó hacia los grandes campos, y mientras él se llenaba más de tristeza, el potro que anteriormente había dejado en libertad, y que ahora había crecido y se había desarrollado como  un hermoso y fuerte caballo, llegó brincando donde él. 
-"La hora ha llegado"- le dijo el caballo, -"en que puedo retribuirte el buen trato que me diste. Yo sé cuál es tu necesidad, e inmediatamente recibirás la ayuda necesaria. Sube a mi espalda, que ahora puedo soportar hasta a dos como tú."-
El coraje regresó al corazón del sastre y de un salto montó sobre el caballo, y el caballo corrió a su máxima velocidad hacia la ciudad, directamente al jardín del palacio. Él galopeó con la fuerza de un rayo dando vueltas en el centro del jardín, y a la tercera vuelta cayó violentamente al suelo. En ese mismo instante se oyó un tremendo ruido de truenos, y un fragmento de tierra en el centro del jardín reventó como una bala de cañón en el aire, y sobre el castillo, inmediatamente después de todo aquello, brotó un chorro de agua tan alto como un hombre montado a caballo, y el agua era pura como el cristal, y los rayos del sol danzaban en ella. Cuando el rey vio eso, se levantó asombrado, y fue y abrazó al sastre a la vista de todos.
Pero la buena fortuna no duró mucho. El rey tenía hijas a montones, unas más lindas que otras, pero no tenía hijos. Así que el malvado zapatero fue por cuarta vez donde el rey a decirle:
-"Su Alteza, el sastre no se ha curado de su arrogancia. Ahora se jacta de que si él quiere, puede hacer que un hijo le sea traído al rey por el aire."-
El rey mandó a traer otra vez al sastre y le dijo:
-"Si tú puedes hacer que me llegue un hijo dentro de los próximos nueve días, te daré a mi hija mayor como esposa."-
-"El premio en verdad es grande"- pensó el sastre, -"uno estaría en voluntad de hacer algo por él, pero las cerezas crecen muy alto para mí, y si yo subo a cogerlas, la rama se me quebraría y yo caería."-
Él se fue a su casa, se sentó con sus piernas cruzadas frente a su mesa de trabajo, y meditó sobre lo que habría que hacer.
-"Eso no es realizable"- gritó por fin, -"me voy lejos, después de todo no puedo vivir en paz aquí."-
Amarró su maleta y caminó rápido hacia a la puerta. Cuando llegó al prado, se encontró con su vieja amiga la cigüeña, que caminaba hacia atrás y hacia adelante como filosofando. A veces se quedaba quieta, capturaba una rana y se la tragaba. La cigüeña se le acercó y lo saludó. 
-"Ya veo"- comenzó diciendo, -"que llevas tu maleta en tu hombro. ¿Por qué te vas de la ciudad?-"
El sastre le contó lo que el rey le estaba pidiendo, y cómo no podía realizarlo, y cómo lamentaba su mala fortuna.
-"No te pongas canoso por eso"- dijo la cigüeña, -"yo te ayudaré a salir de esa dificultad. Por mucho tiempo y hasta ahora, yo he llevado a los bebés en mantillas a la ciudad, así que no tendré dificultad en llevarle un pequeño príncipe al rey. Vuelve a casa y quédate tranquilo. De aquí a nueve días ve al palacio y yo también llegaré allí."-
El pequeño sastre regresó a su casa, y al tiempo convenido fue al palacio. No tardó mucho en llegar luego la cigüeña volando hacia allá, y tocó a la ventana. El sastre la abrió, y la prima Pataslargas entró cuidadosamente y caminó solemnemente sobre el fino pavimento de mármol. Ella llevaba, además, un bebé en su pico que era como un adorable angelito, y que extendía sus manitas hacia la reina. La cigüeña lo colocó en el regazo de la reina, y ella lo acarició y lo besó, y lo colocó a su lado con deleite. 
Antes de partir volando, la cigüeña bajó de su espalda su maletín de viajes, y se lo dio a la reina. En él había pequeños caramelos envueltos en papeles de colores que fueron repartidos entres las princesas. Pero la mayor, no recibió ninguno, y en su lugar obtuvo como esposo al feliz sastre.
-"Me parece a mí"- dijo el sastre, -"que es exactamente como si me hubiera ganado el premio mayor. Después de todo, mi madre estaba en lo cierto, pues siempre decía que quien quiera que confíe en Dios, y tiene un poco de buena suerte, nunca fallará."-
El zapatero tuvo que hacer los zapatos con los que el pequeño sastre bailaría en la fiesta de la boda, y después de eso fue expulsado para siempre de la ciudad. El camino hacia el bosque lo condujo hasta las horcas. Desgastado por la rabia, el odio, y el calor del día, se arrecostó en el suelo. Cuando había cerrado sus ojos y estaba a punto de dormir, los dos cuervos que estaban sobre las cabezas de los ahorcados, volaron hacia él y le picotearon los ojos hasta sacarlos tal como él lo había hecho con el sastre. En su desesperación entró al bosque, y presumiblemente murió allí de hambre, pues nadie lo volvió a ver ni a saber nada de él, nunca jamás.
Enseñanza:
La bondad que se da, retorna con creces. La maldad que se da, retorna con creces.

martes, 16 de febrero de 2016

El Pastor Sabio

El Pastor Sabio  

Había una vez un pastor cuya fama se había extendido a lo largo y ancho debido a las sabias respuestas que siempre tenía para todas las preguntas. El rey del país oyó acerca de su sabiduría, pero no lo creía, y mandó a que le llevaran al muchacho. Entonces le dijo:
-"Si tú puedes darme la respuesta a tres preguntas que te haré, yo te trataré como mi hijo, y habitarás conmigo en el palacio real."-
-"¿Y cuáles son esas tres preguntas?"- dijo el joven.
El rey respondió:
-"La primera es: ¿Cuántas gotas de agua hay en el océano?"-
El pastor contestó:
-"Su Alteza, si logra poner represas en todos los ríos, de modo que ni una sola gota de agua de ellos entre al mar hasta que yo haya terminado de contarlas, podré entonces decirle cuántas gotas hay en el océano."-
El rey dijo:
-"La siguiente pregunta es: ¿Cuántas estrellas hay en el cielo?"-
El muchacho dijo:
-"Denme una hoja grande de papel."-
Y enseguida, con una pluma, hizo tantísimos puntos finos que difícilmente podían distinguirse, y  era realmente imposible el poder contarlos. Todo aquel que los miraba, los perdía de vista. Entonces dijo el pastor:
-"Hay tantas estrellas en el cielo como puntos en este papel. Simplemente cuéntenlos."-
Pero nadie logró hacerlo. El rey de nuevo dijo:
-"La tercera pregunta es: ¿Cuántos segundos de tiempo hay en la eternidad?"-
Entonces respondió el joven:
-"En la Baja Pomerania está la Montaña de Diamante, que tiene cuatro mil metros de alto, tres mil metros de ancho, y tres mil metros de largo, y cada cien años un pajarito viene y afila su pico en él, y cuando toda la montaña se haya desgastado por eso, entonces habrá pasado el primer segundo de la eternidad."-
El rey dijo:
-"Has contestado las tres preguntas como un hombre sabio, y habitarás con nosotros en mi palacio, y te trataré como mi propio hijo."-
Enseñanza:
La sabiduría se basa en la correcta observación.

martes, 9 de febrero de 2016

Allerleirauh


Allerleirauh  

Hubo una vez un rey que tenía una esposa con cabellos de oro, y era tan bella que no se encontraba otra mujer igual en toda la tierra. Pasó que un día ella se enfermó, y presintió que pronto moriría, así que llamó al rey y le dijo:
-"Si después de mi muerte deseas casarte de nuevo, toma a alguien que sea tan bella como yo, y que tenga el cabello de oro que yo tengo: prométemelo."-
Y después de prometérselo el rey, ella cerró sus ojos y descansó en paz.
Por mucho tiempo el rey no pudo sentirse confortado, y no pensó en tomar otra esposa. Por fin sus consejeros dijeron:
-"No hay otra salida, el rey debe casarse de nuevo, así tendremos reina."-
Y mensajeros fueron enviados a lo ancho y largo, cerca y lejos, buscando una novia que igualara a la anterior reina en belleza. En todo el mundo, sin embargo, no se encontraba a ninguna, y si acaso encontraron alguna, no tenía la cabellera de oro. Así que los mensajeros volvieron tal como cuando se fueron.
Sucedió que el rey tenía una hija, que era justamente tan bella como su  madre, y con la misma cabellera de oro. Cuando ella creció, el rey se fijó en ella un día, y vio que en todo aspecto era como su fallecida esposa, y sorpresivamente sintió un violento amor por ella. Entonces habló a sus consejeros:
-"Desposaré a mi hija, pues es la contraparte de mi anterior esposa, de otra forma no podré encontrar a nadie que la reemplace."-
Cuando los consejeros escucharon aquello, quedaron estremecidos, y se dijeron:
-"Dios ha prohibido que padres se casen con sus hijas, nada bueno puede venir de tal crimen, y el reino caerá en la ruina."-
La hija se sintió aún más estremecida cuando supo de la resolución de su padre, pero esperaba hacerlo cambiar de decisión. Entonces le dijo:
-"Antes de satisfacer tu deseo, yo debo tener tres vestidos: uno tan dorado como el sol, uno tan plateado como la luna, y otro tan brillante como las estrellas. Además de eso, deseo una capa hecha con mil diferentes clases de pieles y pelos todos juntos entrelazados, y cada especie de animal en el reino debe de donar una pieza de su piel para ello."-
Ella pensó:
-"Obtener todo eso será algo imposible, y así apartaré a mi padre de sus malvadas intenciones."-
El rey, sin embargo, no se rindió, y mandó a las más hábiles costureras del reino a coser los tres vestidos, uno tan dorado como el sol, uno tan plateado como la luna, y el otro tan brillante como las estrellas. Y a sus cazadores los envió a cazar un ejemplar de cada especie de animal en todo el reino, y que les tomaran una pieza de su piel y de sus pelos. Y con todo eso recogido mandó a hacer la capa solicitada. Al fin, cuando todo estuvo listo, pidió que le trajeran los vestidos y la capa, los extendió frente a la joven y dijo:
-"La boda será mañana."-
Cuando la hija del rey vio que no había mayores esperanzas de cambiar la opinión del rey, resolvió escaparse. En la noche, cuando todos dormían, se levantó y tomó tres diferentes objetos de sus tesoros: un anillo de oro, una rueda de hilar de oro en miniatura, y un carrete de oro. Echó en una cesta los vestidos del sol, la luna y las estrellas, y se puso sobre ella la capa de las mil pieles, y se ennegreció la cara y las manos con hollín. Entonces se encomendó a Dios y salió, y caminó toda la noche hasta llegar a un gran bosque. Y como estaba tan cansada, se metió en un hueco de un gran árbol y se durmió.
Llegó el amanecer, el sol salió, y ella dormía, y estaba todavía dormida cuando ya era pleno día. Pero sucedió que el rey al cual pertenecía ese bosque, y que no era su padre, andaba de caza por ahí. Cuando sus perros llegaron al árbol, ellos olfatearon, y corrieron ladrando alrededor de él. El rey dijo a sus cazadores:
-"Vayan a ver que clase de bestia salvaje se esconde dentro de ese hueco."-
Los cazadores obedecieron, y cuando regresaron dijeron:
-"Una pasmosa bestia está ahí dentro del hueco del árbol, nunca habíamos visto algo semejante. Su cuero está hecho de mil diferentes piezas, pero está dormida."-
Les dijo entonces el rey:
-"Traten de capturarla viva y átenla al carro para llevarla con nosotros."-
Cuando los cazadores fueron a tomar a la doncella, ella despertó aterrorizada, y les gritó:
-"Yo soy una pobre muchacha, abandonada por padre y madre, tengan piedad de mí, llévenme con ustedes."-
Ellos dijeron:
-"Allerleirauh, tú serás muy útil en la cocina, ven con nosotros y podrás limpiar, barrer y recoger las cenizas."- Y le dejaron de nombre Allerleirauh.
                                         
Así pues, la montaron al carruaje y la llevaron al palacio real. Allí le enseñaron una buhardilla bajo las escaleras, donde no entraba la luz del día, y le dijeron:
-"Animal peludo, allí podrás vivir y dormir."-
Luego fue enviada a la cocina, y la pusieron a traer el agua y la leña, limpiar el hogar, desplumar  las aves, escoger los vegetales, recoger las cenizas, y en general hacer todos los trabajos pesados. Allerleirauh vivió así por largo tiempo en la miseria. 
¡Caray, bella princesa!, ¿que vendrá para ti ahora?
Sin embargo, sucedió que un día hubo una fiesta en el palacio, y ella dijo al cocinero:
-"¿Podría yo ir arriba por un rato y mirar? Estaré a un lado de la puerta, no estorbaré."-
El cocinero respondió:
-"Sí, puedes ir, pero debes estar acá de vuelta en media hora para limpiar el hogar."-
Entonces ella tomó su lámpara de aceite, fue a su buhardilla, se quitó su sucio vestido, se limpió el hollín de su cara y manos, de modo que su original belleza se presentó de nuevo en todo su esplendor. Y abrió la cesta, tomó el vestido que brillaba como el sol, y cuando ya estuvo lista, se introdujo en la fiesta. Todo el mundo hacía campo para que pasara, y aunque nadie la conocía, todos pensaban si sería la hermana del rey. Pero el rey llegó para conocerla, le dió su mano, bailó con ella, y pensó en su corazón:
-"¡Mis ojos jamás habían visto tanta belleza!"-
Al terminar la danza, ella hizo la reverencia, y cuando el rey miró alrededor de nuevo, ella había desaparecido, y nadie sabía hacia donde se había ido. Los guardas que estaban afuera del palacio fueron llamados e interrogados, pero ninguno la había visto pasar.
Sin embargo, ella había corrido a su oscura buhardilla, y rápidamente se cambió de ropas, oscureció su cara y sus manos otra vez, se puso la capa de pieles, y fue de nuevo la así llamada  Allerleirauh. Cuando entró a la cocina lista para empezar su trabajo y barrer las cenizas, el cocinero le dijo:
-"Deja eso para mañana, y hazme la sopa para el rey, que yo también iré un rato arriba a mirar, pero no permitas que caigan pelos en ella, o en el futuro no tendrás nada para comer."-
El cocinero se fue, y Allerleirauh hizo sopa de pan para el rey en la mejor forma que pudo, y cuando estuvo lista sacó su anillo de oro de su buhardilla y lo puso en el fondo del tazón en el que se serviría la sopa. Cuando terminó la danza, le fue llevada la sopa al rey y la tomó, y le gustó tanto que le parecía que nunca había probado algo mejor. Pero cuando llego al fondo del tazón, vio el anillo de oro, y no podía concebir como llegó eso allí. Entonces ordenó al cocinero a presentarse ante él. El cocinero se asustó muchísimo al escuchar la orden, y dijo a Allerleirauh:
-"¡De seguro dejaste caer un pelo en la sopa del rey, y si lo hiciste, serás castigada por eso!"-
Cuando él llegó ante el rey, éste preguntó que quien había hecho la sopa. El replicó:
-"Fui yo."-
Pero el rey respondió:
-"Eso no es cierto pues estaba muchísimo mejor que lo usual, y cocinada en forma diferente."-
El cocinero contestó:
-"Debo reconocer que no la hice yo, sino el tosco animal que me ayuda."-
-"¡Ve y tráelo acá!"- ordenó el rey.
Cuando Allerleirauh llegó, el rey dijo:
-"¿Quién eres tú?"-
-"Soy una pobre muchacha que no tiene padre ni madre."- respondió ella.
-"¿Y qué es en lo que trabajas en mi palacio?"- preguntó de nuevo el rey.
-"No soy buena en nada, excepto algunos trabajos rudos."- contestó.
-"¿Y de dónde conseguiste el anillo que estaba en mi sopa?"- continuó preguntando.
-"No sé nada acerca del anillo."- le contestó ella.
Así que el rey no pudo saber nada, y la dejó que regresara a la cocina de nuevo.
Poco tiempo después hubo otra fiesta, y entonces, como antes, Allerleirauh le rogó al cocinero dejarla ir a mirar. Y el le contestó:
-"Bien, pero vuelve en media hora y hazle al rey la sopa de pan que tanto le gustó."-
Entonces ella corrió a su buhardilla, rápidamente se limpió, sacó de la cesta el vestido plateado como la luna y se lo puso. De inmediato subió como una princesa, y el rey se adelantó para saludarla, quien se alegró mucho de verla de nuevo, y como el baile justamente iba a empezar, bailaron juntos. Pero cuando éste terminó, ella de nuevo desapareció tan rápidamente que el rey no pudo ver por donde se fue. Ella, sin embargo, había corrido a su buhardilla, y de nuevo se arregló como el raro animal peludo, y fue a la cocina a prepararle la sopa de pan al rey.
Cuando el cocinero subió a mirar, ella echó la pequeña rueda de hilar de oro en miniatura  en el fondo del tazón, quedando cubierta por la sopa. Entonces fue llevada al rey, que la tomó, y le encantó como la vez anterior, y trajo de nuevo al cocinero, quien como antes se vio obligado a confesar que Allerleirauh había preparado la sopa. Allerleirauh de nuevo fue ante el rey, y otra vez contestó que no era buena en nada, excepto algunos trabajos rudos, y que no sabía nada acerca de la pequeña rueda de hilar de oro en miniatura.
Cuando por tercera vez hubo otra fiesta, todo se preparó tal como las veces anteriores. El cocinero dijo ahora:
-"Estoy seguro, piel áspera, que eres una bruja, y siempre pones en la sopa algo que la hace tan buena que al rey le gusta mucho más que la que yo preparo."-
Pero ella le rogó tanto que la dejara ir a mirar, que la dejó ir a la hora justa. Y ahora ella se puso el vestido que brillaba como las estrellas, y entró al salón.
De nuevo el rey danzó con la bella doncella, y pensó que nunca había estado tan bella. Y mientras danzaban, él ideó, sin que ella lo notara, cómo ponerle un anillo en su dedo, y además, había dado órdenes para que la danza durara mucho más tiempo. Cuando terminó, él quiso sujetarla fuertemente con sus manos, pero ella se soltó, y tan rápido corrió entre la multitud, que se desvaneció de su vista. Ella corrió tan rápido como pudo a su buhardilla, pero como se había atrasado y llevaba más de media hora, no pudo quitarse su lindo vestido, sino que solamente se echó encima la capa de pieles, y en su congoja no pudo pintarse toda de negro, y un dedo le quedó blanco. Y en esas circunstancias, Allerleirauh corrió a la cocina, cocinó la sopa de pan para el rey, y como no estaba el cocinero, puso en el tazón el carrete de oro. Cuando el rey encontró el carrete en el fondo del tazón, convocó a Allerleirauh, y observó el dedo que tenía blanco, y vio el anillo que él le había colocado durante el baile. Entonces la tomó de la mano y la sujetó fuertemente, y cuando ella quiso soltarse y correr, la capa de pieles se abrió, y su vestido de estrellas brilló intensamente. El rey agarró la capa y se la quitó. Y ahora la cabellera de oro también brilló con fuerza, y allí quedó ella parada en todo su esplendor, y no pudo ocultarse más. En cuanto ella se lavó el hollín y cenizas de su cara y manos, quedó más bella que ninguna otra hubiera sido vista jamás en la tierra. Pero el rey dijo:
-"Tú eres mi querida novia, y nunca nos separaremos uno del otro."-
Y el matrimonio se realizó solemnemente, y vivieron muy felices por el resto de su días.
Enseñanza:
Ante un evidente peligro, lo mejor es alejarse de él inmediatamente.

martes, 2 de febrero de 2016

Yorinda y Yoringel

Yorinda y Yoringel  
 

Hubo una vez un viejo castillo en medio de un grande y denso bosque, y en él sólo vivía un viejo hombre que era un brujo. Durante el día él se convertía en un gato o en un búho gritón, pero al anochecer tomaba de nuevo su forma humana. Él atraía hacia sí bestias y pájaros, para luego matarlos y hervirlos o asarlos. Si alguien se acercaba a cien pasos del castillo, se quedaba paralizado donde estaba, y no podía moverse hasta que él le permitiera moverse. Pero en cualquier momento que una inocente doncella pasaba dicho círculo, la transformaba en un pájaro, y la metía en una jaula y la llevaba a un salón del castillo. Ahí tenía cerca de siete mil jaulas de exóticos pájaros.
Ahora bien, había una vez una doncella llamada Yorinda, que era más hermosa que las demás muchachas. Ella tenía un joven pretendiente llamado Yoringel, con quien se había comprometido en matrimonio. Ellos estaban en los días previos a los esponsales, y su mayor ilusión era estar juntos. Un día, con el fin de poder conversar en quietud, salieron a caminar por el bosque.
-"Ten cuidado"- dijo Yoringel, -"recuerda que no debes de llegar muy cerca del castillo."-
Era un bello atardecer, el sol brillaba entre los árboles, contrastando con la espesura del bosque, y las palomas daban sus melancólicos cantos sobre las jóvenes ramas de los árboles de abedul.
De pronto y sin saber por qué, Yorinda empezó a llorar y se sentó a la luz del atardecer muy triste. Y Yoringel también se puso triste, y se sentían tan mal como si estuvieran a punto de morir, o presintiendo algo extraño. Entonces miraron alrededor y se dieron cuenta de que se habían perdido, pues no sabían por cual camino emprender el regreso a casa. El sol estaba aún terminando de ponerse.
Yoringel miró entre los arbustos, y vio las viejas paredes del castillo al alcance de sus manos. Se horrorizó y se llenó de un temor de muerte. Yorinda estaba cantando:
-"Mi pequeño pajarito, con lacito rojo,
   canta triste, triste, triste,
   canta que pronto la gaviota morirá,
   canta triste, tris..., cuu, cuu, cuu...

Yoringel miró a Yorinda. Ya se había convertido en ruiseñor, y cantaba:
-"cuu, cuu, cuu..."-
Un bullicioso búho con ojos saltones voló tres veces sobre ella, y tres veces gritó:
-"Bu-uh, bu-uh, bu-uh"-  
Yoringel no se podía mover, estaba tieso como una piedra, y no podía ni llorar ni hablar, ni mover manos o pies.
El sol ya se había puesto. El búho voló entre los arbustos, e inmediatamente se posó en el suelo y tomó la forma humana de un viejo hombre pálido y jorobado, con grandes ojos rojos y nariz tan puntiaguda que le llegaba hasta la barbilla. Él murmuró algo para sí mismo, cogió al ruiseñor y se lo llevó en sus manos.
Yoringel no pudo decir nada, ni moverse de su sitio. El ruiseñor ya no estaba. Al rato el hombre volvió y dijo con una voz profunda:
-"Te saludo Zachiel. Si la luna brilla en la jaula, Zachiel, suéltalo de una vez."- 
Entonces Yoringel quedó libre. Él se arrodilló ante el hombre y le rogó que le devolviera a Yorinda, pero le contestó que nunca la volvería a tener de nuevo, y se retiró. El gritó, lloró, se lamentó, pero todo en vano.
-"¿Ay, qué irá a ser de mí?"- se dijo.
Yoringel se fue de allí, hasta que llegó a una desconocida villa, donde se quedó cuidando ovejas por largo tiempo. A menudo rondaba alrededor del castillo, pero sin acercarse demasiado. Una noche por fin soñó que se encontraba una flor roja que tenía al centro un bella y grande perla, y que él tomaba la flor e iba al castillo, y que todo lo que tocaba con la flor quedaba libre de hechizos, y además soñó que por ese medio recobraba a Yorinda.
En la mañana, cuando despertó, él comenzó a buscar por valles y colinas a ver si podía encontrar a esa flor. Y buscó hasta el noveno día, y entonces, temprano por la mañana, encontró la flor roja. En el centro tenía una gran gota de rocío, tan grande como la más fina perla.
Por días y noches él se encaminó hacia el castillo. Y cuando estuvo a cien pasos, esta vez no quedó paralizado, y caminó hasta la puerta. Yoringel se sintió lleno de dicha. Tocó la puerta con la flor, y se le abrió. Entró y avanzó por los salones, buscando el sonido de los pájaros. Por fin los escuchó. Y se dirigió en esa dirección hasta llegar al lugar apropiado. Allí estaba el brujo alimentando a los pájaros en las siete mil jaulas.
Cuando vio a Yoringel se enojó, se enojó muchísimo, y lo maldecía y le lanzaba veneno y hiel, pero no se le pudo acercar siquiera a dos pasos de él. Yoringel no le prestó mayor atención, sino que se fue a mirar a las jaulas con los pájaros, pero había cientos de ruiseñores. ¿Y cómo haría entonces para encontrar a Yorinda?
 Estaba justo en eso cuando vio al brujo retirarse silenciosamente con una jaula con un ruiseñor en ella, y que se dirigía hacia la puerta.
Rápidamente se fue tras él hasta alcanzarlo, tocó la jaula con su flor y también al viejo hombre. Éste ya no pudo embrujar a nadie más, y Yorinda tomó inmediatamente su forma original, lanzándose a los brazos de Yoringel llena de felicidad.
No está de más decir, que la feliz boda se llevó a cabo, con siete mil damas de honor. Y el viejo brujo tuvo que resignarse a seguir viviendo de bayas y raíces en el bosque por el resto de sus días.
Enseñanza:
La perseverancia lleva al éxito.