Gobolino, el gato del caballero
Gobolino descansaba al borde de un camino cuando oyó el eco de los cascos de un caballo que se acercaba.
Un hermoso caballo venía a galope. El caballero que lo montaba estaba pálido y triste. Al ver a Gobolino, el caballo se encabritó y poco faltó para que tirara al caballero.
-¡Buenos días, gatito! -dijo el caballero-. ¿Qué estás haciendo en el camino real? Eres un gato muy bonito. ¿Por qué no saltas sobre mi caballo y me acompañas?
Mientras cabalgaban, el caballero explicó a Gobolino por qué estaba tan triste. Le contó que se había enamorado de la bella dama Alicia, a quien su padre había encerrado en una torre hasta que decidiera con cuál de sus dos pretendientes debía casarse. Uno de ellos era el propio caballero, y el otro era el barón negro que vivía en un castillo cercano.
Ambos pretendientes iban a visitarla a diario y le traían magníficos regalos. Alicia, para hacer feliz a su padre, había prometido casarse con aquel cuyo regalo no fuera adivinado por su rival. Cada día el barón negro tenía que adivinar con qué regalo la había obsequiado el caballero triste. Cada día, también, el caballero triste tenía que acertar el regalo que le había llevado el barón negro.
La torre se alzaba en medio del bosque, y un enorme dragón la custodiaba. Era viejo y perezoso, pero , Gobolino, que nunca en su vida había visto un dragón, se asustó mucho cuando contempló el gran cuerpo verde del monstruo enroscado al pie de la torre. El caballero, con Gobolino en brazos, llamó valientemente a la puerta. El dragón perezoso abrió un ojo y los miró, pero ni se movió.
Rosabel, la doncella de Alicia, bajó rápidamente la escalera y abrió la puerta.
-¿Está sola mi dama?
Peguntó el caballero.
-Sí, señor. El barón se marchó hace media hora. ¡Y trajo un juego precioso de bolas de marfil!
Gobolino comprendió por qué cada pretendiente adivinaba con facilidad en qué consistían los regalos del otro.
El caballero y Gobolino subieron por la escalera detrás de Rosabel. Arriba estaba la bella Alicia sentada delante de su rueca.
-¡Oh, qué gatito más lindo! -exclamó-. Dejadlo sentarse en mi regazo.
Gobolino saltó sobre sus rodillas y se acomodó allí, ronroneando.
-Quédate conmigo para siempre, gatito -musitó Alicia- Estoy tan sola aquí en la torre... No tengo con quién hablar. ¡Tú eres el mejor regalo que he recibido hasta ahora!
Sentado a los pies de la linda Alicia, Gobolino pensó que nunca en su vida se había sentido tan contento.
A la mañana siguiente, Alicia llamó a su doncella.
-¡Ya veo al barón que se acerca!
Hazlo entrar, Rosabel, pero no le digas qué regalo me trajo ayer el caballero.
Gobolino, que estaba convencido de que Rosabel iba a decírselo al barón, se deslizó tras ella fuera del cuarto y le susurró al oído:
-Si se lo dices al barón, te convertiré en pan de higo y el dragón te comerá.
El barón negro golpeó con los nudillos la puerta de la torre y Rosabel le abrió. Pero no dijo ni una palabra de cuál era el regalo del caballero. De modo que el barón subió la escalera de muy mal humor, pues hasta aquel día Rosabel nunca le había fallado.
-¿No será un par de palomas lo que os trajo el caballero? -preguntó a la preciosa dama.
-¡Oh, cielos, no! ¡Y si no lo adivináis en dos días me casaré con él y no con vos!
Cuando se hizo de noche, Alicia se puso a tocar el arpa. La música sonaba cada vez más triste, hasta que se fundió con el llanto de la encantadora arpista.
-¡Oh, Gobolino! ¿Qué va ser de mí? Ahora tendré que casarme con el caballero, y no quiero casarme con ninguno de los dos. Estoy enamorada de un joven noble. Pero se fue a la guerra, y mi padre quiere que me case con uno de esos dos hombres estúpidos. ¿Qué voy a hacer?
A la mañana siguiente, el barón ofreció a Rosabel cinco piezas de oro para que le revelase cuál había sido el regalo del caballero. Pero ella se resistía a decírselo.
-¡Oh, no! -sollozaba- ¡No puedo! El regalo me convertiría en pan de higo y me arañaría con sus zarpas.
-¡Es un gato! -exclamó el barón-¡Un gato embrujado!
En aquel instante, el caballero apareció en la puerta. Ambos pretendientes subieron por la escalera.
-¡Es un gato embrujado! -gritó el barón.
-¡Rosabel se lo dijo! -protestó el caballero.
-Nos lanzará un maleficio a todos -exclamó el barón al llegar arriba.
-Solicito vuestra mano, dama Alicia -dijo el caballero.
Pero antes de que ella pudiera contestar, el barón desenvainó la espada e inició un duelo terrible con el otro pretendiente.
En aquel momento resono en el bosque el toque de una trompa: un caballo con su jinete se acercaba a galope tendido hacia la torre.
¡Ah! ¡Es mi amado! -exclamó Alicia, al tiempo que se precipitaba escaleras abajo.
Rosabel la siguió y, sollozando, se fue a su casa.
Alicia, llena de felicidad, corrió al encuentro de su enamorado, el cual la alzó sobre su caballo y, unidos, se adentraron en el bosque. En la torre, el caballero y el barón seguían luchando. Y hacían tanto ruido que el dragón se despertó.
Conforme se desperezaba iba desenroscándose y la torre empezó a temblar. Tras un bostezo tremendo, el monstruo rugió con fuerza.
Gobolino apenas tuvo tiempo de dar un gran salto antes de que la torre se derrumbara en torno al barón y al caballero que seguían luchando entre las ruinas. Corrió y corrió hasta el límite de sus fuerzas. Luego se paró a descansar. Pensaba...
"Acabo de ser el gato de un caballero. Lo más divertido era ser gato faldero; me gustaría volver a probarlo.'
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