Grinda, la ranita nadadora
En un lago del bosque de los helechos, una familia de ranas nadaba feliz para celebrar la llegada de la primavera.
De repente, mamá rana oyó un grito:
-¡Croaaaacc!
Era Grinda, la pequeña de sus criaturas, que se había hecho daño. Tanto ella como el padre rana y todos los hermanos y hermanas se acercaron.
•¿Grinda, qué ha pasado?
La pequeña de la familia se había hecho daño en una de las patitas de atrás y no podía saltar.
O, mejor dicho, podía pero a medias: como sólo podía darse impulso con una pata, cuando daba un salto salía disparada para un lado.
-¿Por qué no pruebas moverla en el agua? -sugirió su hermana mayor.
Una vez en el lago intentó nadar como lo hacía siempre, dándose impulso con las dos patitas de atrás. Pero a Grinda le hacía mucho daño y no la podía mover.
Por eso cada vez que hacía el movimiento, salía impulsada hacia un lado.-¡Así no hay manera de que avancemos juntos! -exclamó el padre, preocupado.
Pasó un minuto y a nadie se le ocurría nada. Grinda desanimada y un poco enfadada, levantó una de las patas delanteras y la hundió en el agua con fuerza.
-¡Ey! ¡He avanzado! -gritó contenta.
Sin acabárselo de creer, Grinda levantó la otra patita de delante y repitió el gesto.
¡Y sí! Volvió a avanzar un poco.
Anee la sorpresa de sus padres y de sus hermanos y hermanas. Grinda fue levantando una de sus patitas delanteras y después la otra, y a medida que las hundía en el agua, iba avanzando ¡Había descubierto que con las patitas delanteras también podía nadar!
Emocionada, practicó durante unos minutos alrededor de su familia.
De repente se paró y, mirando una enorme hoja que flotaba a lo lejos, les dijo:
-¿Hacemos una carrera hasta esa hoja? Como seguro que ganaré yo, al que llegue segundo le enseñaré la nueva técnica que he aprendido para nadar.
Y así fue como las ranas aprendieron a nadar crol.
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