lunes, 8 de diciembre de 2014

La cajita de yesca

La cajita de yesca
Un soldado regresaba a casa de la guerra, silbando una alegre canción, cuando vio a una vieja sentada bajo un gran roble.
—Escucha, muchacho —dijo ella—. Puedo hacerte más rico de lo que jamás soñaste.
la cajita de yesca
El soldado dejó de silbar al acercarse a la vieja. Era tan fea, que estaba seguro de que debía tratarse de una bruja.
—¿Ah sí? Pues dime cómo puedo hacerme rico.
La vieja bruja tocó el roble y contestó:
—Este roble está hueco. Yo soy ya demasiado vieja y mis miembros están demasiado entumecidos para bajar por él. Pero puedo atarte una cuerda a la cintura y bajarte hasta el cuarto secreto. Allí descubrirás tres puertas. Detrás de la primera puerta hay un baúl de marinero lleno de monedas de cobre. Está guardado por un enorme perro sentado sobre la tapa. Pero no temas. Para abrir el baúl, no tienes más que extender mi delantal sobre el suelo y colocar encima al perro.
—Pero el cobre no me hará rico. ¿Qué hay detrás de la segunda puerta? —preguntó el soldado.
—Detrás de la segunda puerta hay un baúl lleno de monedas de plata. Está guardado por un perro todavía más grande sentado sobre la tapa. Pero no temas. Pon al perro sobre mi delantal y podrás llevarte la plata.
—¿Y la tercera puerta?
—Detrás de la tercera puerta hay un baúl lleno de monedas de oro, guardado por un tercer perro.
—Ese es el que quiero —dijo el soldado, atándose la cuerda alrededor de la cintura y saltando a la rama inferior del árbol—. Supongo que tú querrás compartir el tesoro conmigo, ¿no, vieja?
—No, muchacho, puedes quedarte con todo —respondió la bruja—. Lo único que quiero es mi cajita de yesca. Me la dejé olvidada la última vez que bajé allí. Ten, no olvides mi delantal, o te morderán los perros. ¡Y no olvides volver a colocar a cada perro sobre el baúl correspondiente!
El soldado descendió a través de la oscuridad del árbol hueco hasta que de pronto sus pies tocaron tierra. Por un momento se quedó deslumhrado por la luz de cien lámparas, pero entonces vio que se hallaba en una inmensa sala con tres puertas.
Despacio, abrió la primera puerta. Y, tal como le dijera la bruja, vio un baúl de marinero.
—¡Vaya! —exclamó el soldado— Me dijo que habría un perro guardando cada uno de los baúles, pero no me dijo que el primero tenía unos ojos grandes como platillos.

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