La muchacha guerrera
Eran tiempos tristes para la tribu.
Gorgu, la gran madre de la tribu, suspiró en la noche, agitando su enorme cuerpo.
El viejo rey, su marido, había muerto dejando tan sólo problemas. Tenía trece hijos, y tras su muerte, los chicos se habían peleado reivindicando cada uno su derecho a ser rey. Gorgu suspiró al pensar en sus díscolos hijos. Todos los presagios, los huesos examinados por los hechiceros, la posición de la luna y las estrellas la noche en que falleció el rey, el rugido del león y el canto de los pájaros, todos estos signos exigían que Jabula, el hijo menor, fuera el rey.
Pero sus hermanos, envidiosos de ese muchacho hermoso y prudente, se negaban a creer en los signos o a escuchar a sus mayores. Su ira les había llevado a secuestrar a Jabula y a escaparse con él a las lejanas colinas.
Gorgu volvió a suspirar. Sus doce hijos se negaban a regresar a casa y permanecieron en la cueva donde tenían secuestrado a Jabula, a quien mataban de hambre. Ningún hombre se atrevía a luchar contra ellos, pues eran los príncipes de la tribu y unos guerreros muy poderosos.
Mientras permanecía despierta, abrumada por sus pensamientos, Gorgu oyó suaves pisadas en su cabaña.
—¿Quién anda ahí? —preguntó.
—Chitón, gran madre, no temas. Soy yo, Tombi.
Tombi era una joven alta y hermosa que quería mucho a Jabula.
—Escúchame, Gorgu. Quiero que Jabula vuelva a casa. Estoy cansada de la tristeza que reina en esta tribu. Estoy cansada de la sequía. ¿Has notado, Gorgu, que desde que murió el anciano rey han cesado las lluvias? Yo he oído a los pájaros decirles a las nubes que no deben acercarse hasta que Jabula sea rey.
—Así que estás harta de todo esto, hija mía. Yo también. ¿Y qué te propones hacer?
—Tengo un plan, Gorgu. Debo guardarlo en secreto, pero quiero tener tu bendición.
La anciana sonrió a la muchacha y dijo:
—Pues guarda tu secreto y recibe mi bendición, hija mía. Ahora vete, necesito dormir.
Naturalmente, Gorgu no creía que Tombi tuviera un plan. No era más que una niña y nada podía hacer para ayudar a Jabula.
Pero Tombi era una chica muy valiente y lista, descendiente de un ancestral linaje de guerreros. Era la jefe de todas las jóvenes y convocó a sus compañeras para la batalla. Desde que Jabula fue secuestrado por sus hermanos, Tombi había estado haciendo planes para rescatarle. Su primer paso consistió en dirigirse sigilosamente a cada una de las chozas, despertando a sus amigas.
Inmediatamente, las jóvenes se reunieron detrás de los corrales. Riendo a la luz de la luna, comenzaron a vestirse con horrendas máscaras. Pintaron extraños dibujos en sus brazos y piernas y se pusieron unas faldas hechas con afiladas plumas. Luego, agachadas, avanzaron rápidamente y en silencio por entre los tallos de las hierbas, siguiendo a Tombi hacia las colinas.
Al llegar junto a la cueva donde sus doce hermanos tenían secuestrado a Jabula, las chicas formaron un círculo en torno a la entrada. Tombi permaneció en el centro.
Comenzaba a clarear el día cuando, de pronto, un espantoso alarido despertó de su sueño a los doce hermanos, quienes tomaron sus lanzas.
Acto seguido, una voz capaz de helarles la sangre se oyó en la tenue luz del amanecer:
—¡Salgan, cobardes! ¡Doce hombres para custodiar a un muchacho! Salgan, veamos si son capaces de luchar contra nosotras.
—¿Qué es esto? —gritó el hermano mayor—. ¿Quiénes son?
Por toda respuesta, Tombi y las demás muchachas lanzaron un violente grito de guerra.
Furioso, el hermano mayor salió precipitadamente de la cueva. Mas lo único que pudo distinguir a la luz del amanecer fue unos rostros grotescos, huesos blancos y plumas. Visiblemente espantado, llamó a sus hermanos para que se reunieran con él. Luego, ocultándose los unos con los otros, salieron los guerreros de la cueva.Tombi y las demás muchachas se pusieron a gemir y a gritar de una forma horrible. Agitaron sus faldas de plumas y patearon el suelo con sus pies pintados de blanco.
Los guerreros lanzaron un grito de temor. ¿Quiénes eran aquellas criaturas que les desafiaban? No se atrevían a preguntar nada. Arrojaron sus lanzas al suelo, pasaron corriendo junto a las jóvenes y huyeron hacia las lejanas colinas. Jamás volvieron a ser vistos.
Las chicas rieron hasta caer al suelo. Nunca habían visto a unos hombres tan ridículos y asustados.
Luego, Tombi entró en la oscura y pestilente cueva y acarició suavemente la cabeza de Jabula. El chico estaba muy débil a causa del hambre, pero seguía vivo. Triunfantes, las jóvenes lo transportaron con sumo cuidado hasta la cabana de Gorgu. Cuando los pájaros vieron que Jabula había regresado junto a su tribu, llamaron a las nubes para que trajeran la lluvia.
La sequía terminó, Jabula fue aclamado como rey y la valiente Tombi se convirtió en su esposa.
A partir de ese día, Gorgu pudo conciliar fácilmente el sueño todas las noches.
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